
LA LLEGADA DEL SEXO CON ROBOTS YA ESTÁ AQUÍ
Las primeras muñecas sexuales modernas fueron desarrolladas en Japón y Alemania a finales de la década de 1930 y principios de 1940. En sendas circunstancias, su objetivo era dar alivio sexual a hombres que vivían en un entorno esencialmente masculino. Al comienzo estaban hechas de tela cosida, pero en los últimos veinte años han experimentado una gran evolución, tanto en su fabricación como en su propio mercado, propiciado en buena parte por el uso de internet.
Desde muñecas hinchables de vinilo, pasando por el látex hasta las más exclusivas, fabricadas en silicona, muy semejantes a las personas vivas en su apariencia y tacto; hoy en día existe un enorme catálogo de productos destinados tanto a hombres como a mujeres que simulan la anatomía de ambos sexos.
Resulta lógico pensar que el proceso de innovación no se detiene en este punto. A día de hoy, ya son vendidas muñecas con características adicionales incluidas, tales como motores para el empuje pélvico o programas de audio. El siguiente paso, ya puesto en práctica por algunas empresas y particulares, consiste en dotar a la muñeca de una inteligencia artificial que la acerque aún más a la humanidad. Esto es, crear un robot.
Un Paso Más Cerca
Los objetivos pasan por aportarle a la muñeca la capacidad para responder al afecto de las personas, tanto físico como oral. Incluso cabe la posibilidad de hacer alcanzar al robot el clímax sexual.
En Silicon Valley, en Estados Unidos, la empresa RealDoll prevé lanzar al mercado un robot con un sistema de personalidad que permitirá al usuario moldearla y crear una relación íntima. Unido a la utilización de materiales de gran resistencia y elasticidad como la silicona médica, nos acercamos a un panorama ya recreado en el mundo de la ficción y el cine que puede resultar al mismo tiempo excepcional e inquietante.
Sexo robótico «made in Spain»
Dentro de las fronteras de nuestro país, un científico experto en nanotecnología ha creado la primera muñeca sexual que dispone de inteligencia artificial. Su nombre es Samantha, pesa algo más de la mitad de un ser humano real y ha sido diseñada en torno a unas medidas de infarto, casi irreales. Su creador es Sergi Santos, quien le ha insertado un microprocesador con el objetivo de que el robot note cuando lo acarician e incluso pueda llegar al orgasmo.
En palabras del señor Santos, el fin último consiste en que el dueño de la muñeca se enamore de ella, más allá de las relaciones sexuales. Por ello ha sido configurada con tres modalidades: familiar, romántica y sexual. Parece ser que por su propia funcionalidad pasa el ser capaz de tratar temas de interés conversacional para su comprador, pudiendo hablar de historia, de filosofía, de ciencias…
Enormes son los pasos que nos acercan a un contexto tecnológico, social y ético que ya no parece tan propio de la ciencia ficción como de una realidad que acaba de quitarse los pañales. El sexo con robots representa un mercado de amplias perspectivas y un número creciente de consumidores cuyas previsiones no pararán de crecer durante las siguientes décadas.